La historia de cómo aprendí a escuchar, rendirme y florecer
“La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella.” – Proverbios 10:22
Había una semilla en mí… pero no sabía que necesitaba dirección divina para florecer.
Siempre tuve un deseo profundo de emprender. De crear algo, de servir, de avanzar. Y en mi corazón sentía que eso venía de Dios… ¿cómo no iba a venir de Él si estaba lleno de buenas intenciones?
Pero lo que no sabía, es que las buenas intenciones no siempre vienen con obediencia.
Y sin obediencia, no hay fruto eterno.
Todo comenzó cuando el Espíritu Santo entró por mi clóset.
Sí. Ya lo he contado antes, pero es que allí comenzó todo. Yo estaba ordenando mi ropa, sin saber que Él venía a ordenar mi vida entera. Hasta ese momento, yo vivía para hacer. Soñaba, planeaba, decidía y actuaba.
Yo oraba, sí… pero oraba más para pedir que para rendirme.
Ayunaba, pero no escuchaba.
Confiaba, pero no consultaba.
Y todo lo que hacía, lo hacía convencida de que era Su voluntad… sin saber que solo era la mía disfrazada de fe.
El despertar llegó el día que compré mi primer carro.
Un Toyota Corolla, cero kilómetro. Recuerdo que no reunía todos los requisitos, pero oré… ¡y oré tanto, pero tanto dentro de esa agencia de carros! Le supliqué a Dios con todas mis fuerzas. Y de forma casi milagrosa, salí de allí con la llave en la mano. Sin pagar los primeros dos meses.
Grité “¡Victoria! ¡Gloria a Dios!”
Pensé: “Esto es una bendición”.
Pero la “bendición” me costaba $1250 mensuales entre cuotas, seguro, gasolina y mantenimiento. Trabajaba horas extra, sin descanso.
Tenía el carro, pero no tenía paz.
Y un día, sin quejarme pero agotada, Dios me habló con firmeza:
“¿Te acuerdas lo que dice mi Palabra?
La bendición de Jehová no añade tristeza.
¿Quién pidió ese carro… tú o yo?”
Fue un golpe al alma… y al ego. Pero también fue el inicio de algo nuevo.
Entendí que había vivido años pidiéndole a Dios que cumpliera mis sueños, sin antes preguntarle si esos sueños venían de Él. Que había exigido su respaldo sin rendirme a su dirección. Y que había confundido “fe” con “capricho espiritualizado”.
Ese día comencé a entrenar mi oído. A buscar más al Espíritu Santo.
A esperar su sí, su no, o su espera.
Ahora, antes de emprender, primero obedezco.
Hoy no hago nada sin colocarlo a sus pies.
No tomo decisiones sin consultarle. Ya no me dejo llevar por la emoción, sino por su dirección.
Y créeme… eso ha transformado toda mi vida.
Ahora descanso.
Ahora siembro en tierra fértil.
Ahora florezco no por lo que yo quiero… sino por lo que Él dice.
Reflexión práctica:
¿Estás escuchando antes de actuar?
Haz una pausa hoy. Piensa en algo que estás por decidir, iniciar o emprender.
Pregúntate:
🙏 Oración:
Padre, hoy reconozco que muchas III veces he actuado sin escuchar. Que he planeado, exigido y corrido sin dirección.
Pero ya no quiero construir más sin ti. Hoy te rindo mis planes, mis sueños y mis pasos. Enséñame a obedecer antes que pedir.
A escucharte antes que hablar.
Porque sé que cuando tú ordenas, yo florezco… sin tristeza añadida.
Amén.
✨ *No todo lo que brilla es voluntad de Dios.
Pero todo lo que nace en obediencia… florece con paz.*
Cuando obedeces, floreces.